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Un sector de culés insatisfechos encabezado por el abogado Oriol Giralt ha promovido -y conseguido- poner en marcha una moción de censura a la gestión de la directiva del Barça.
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Un sector de culés insatisfechos encabezado por el abogado Oriol Giralt ha promovido -y conseguido- poner en marcha una moción de censura a la gestión de la directiva del Barça.
¿Cómo se gestiona el descontento de la masa? Hay que ser muy duro y tener la cabeza muy fría o ser un desalmado sin escrúpulos para ser gestor de un club como el Barça y que no te afecte la ira de la afición cuando llega el momento de la derrota.
Como un corderito que llega al matadero... Joan Laporta mostró su cara más frágil en la entrevista exclusiva que concedió anoche a TV3. El presidente se disculpó con la boca pequeña por la mala temporada del Barça y admitió haber caído en errores pasados.
Laporta empezó tan tranquilo, tan dócil que parecía derrotado. De hecho, confesó estar pasándolo mal a las primeras de cambio y en seguida admitió no reconocerse en algunas actitudes como en los gritos en el campo del Manchester o en su encendido discurso ante las Peñas. Está claro que Laporta ha medido mal sus intervenciones públicas.
Pero más allá de eso, lo más sintomático es que Laporta, por primera vez, pareció cansado del cargo. Es como si empezara a socavarse su firmeza y dio los primeros síntomas de desgaste. Ser presidente del Barça durante cinco años es lo que tiene. La losa empieza a pesarle y su discurso careció del tono optimista y casi eufórico que solía esgrimir Jan.
No dio explicaciones concretas al fracaso. Dejó entrever que el cuerpo técnico falló a la hora de aplicar disciplina pero no quiso personalizar ni en Txiki, ni en Rijkaard, ni en Ronaldinho... Los defendió a todos.
En clave de futuro, mostró su fe en Guardiola cuya apuesta basó en un barcelonismo romántico (es el noi de la casa) y explicó, eso sí, que Pep tiene la bendición de Cruyff. Y aunque avanzó que se ficharán jugadores en todas las líneas no adelantó ni nombres ni si serán mediáticos o peones.
Personalmente eché de menos al Laporta batallador, eché de menos su convicción y su labia. El barcelonismo parece arrastrado por una corriente fatalista impulsada por una minoría de culés siempre descontentos que encabezan Giralt y su desproporcionada moción. Haría bien el presidente en no dejarse llevar por la corriente. Los números del Barça no son tan malos, la plantilla no es tan mala, terminar un ciclo es normal. Ese es el mensaje. Si cambia de tono, si se pone corderito -además de faltar a su estilo- Laporta terminará degollado sin piedad en el sádico matadero blaugrana.
En el argot periodístico, el Guardiola entrenador sería lo que se dice un melón por abrir. Y es que la confirmación de Pep como técnico del Barça para la próxima temporada en sustitución de Frank Rijkaard es una apuesta arriesgada que despierta muchas incógnitas y pocas certezas.
La etapa de Frank Rijkaard como entrenador del Barça llega a su fin. El holandés ha cumplido su ciclo y será sustituido por Pep Guardiola, el entrenador revulsivo que intentará devolver la motivación al vesturio y la ilusión a la afición.
Lo cierto es que el crédito de Rijkaard lo ha dilapidado él mismo. La dictadura de los resultados, un esquema exprimido y la sensación de indolencia con que afronta los fracasos han terminado sentenciándole. Siendo todo esto cierto, sería injusto que la afición culé no reconociera sus méritos.
No hay que olvidar que antes de caer arrastrado por los jugadores y la autogestión, Frank lideró el proyecto que conquistó dos Ligas y una Champions. Con él en el banquillo Ronaldinho se hizo grande y brilló entre las estrellas, con Rijkaard como diseñador Europa se maravilló con el fútbol del Barça y el buen juego volvió al Estadi después de la nefasta gestión de Gaspart.
Tiempo habrá de analizar los errores que cometió en su última etapa pero el domingo, por talante y por talento, por su educación exquisita, por su trabajo como entrenador, Frank Rijkaard se merece salir del Barça por la puerta grande. Veremos si la grada del Camp Nou, tan irritable a veces, tan irritante otras, está a la altura del personaje.
No, esto no es un ejercicio de masoquismo futbolístico. Es un recuerdo y un reconocimiento. El Madrid de Schuster, con sus méritos y sus defectos, ha sido el justo vencedor de la Liga, que no es poco. El Barça no ha estado a la altura. Ni por juego, ni por carácter. Cuando el líder flaqueó, el Barça flaqueó más. Los blancos se llevan una Liga que ha perdido brillantez y frescura en favor de los ingleses. Calderón prometió que con Schuster buscarían la excelencia. El alemán de momento se ha quedado en el suficiente. Y no ha necesitado mucho más para llevar a su equipo hasta el título. La receta: Casillas, un poco de banquillo y un mucho de empeño. Con eso les ha valido para llevar la segunda Liga consecutiva a la Cibeles.
La imagen de Raúl besando a la diosa ya empieza a escocer entre los aficionados del Barcelona. Y es que el Barça ha sido un actor clave en este melodrama. Empezaron los de Rijkaard abusando del 'la liga es muy larga' para prolongar en exceso su puesta a punto. Siguieron dejando salir vivo al Madrid del Camp Nou el día que Baptista justificó su millonario fichaje. Y terminaron perdonando en los momentos clave del último tercio cuando el líder empezó a flaquear. La apuesta por el 'jogo bonito' y los 'fantásticos' terminó volviéndose en contra de un equipo y de un club que ahora se cuestiona hasta su propia filosofía. El público del Camp Nou sabe perder si su equipo deslumbra; cuando juega regular y encima pierde ya no lo lleva tan bien.
Al final, el Real Madrid fue el menos malo y se llevó el 31º título de su historia. Hará bien el Barça si aprende de los errores. Hará bien si se guarda en un rincón de su memoria este año nefasto, de tics galácticos y fantástica relajación. El fútbol es orden, habilidad y carácter. Y de esto último, mal que nos pese a los culés, hay que reconocer que el Madrid tuvo más que el Barça.
Se ha abierto la veda. Rijkaard se irá y el banquillo del Barça quedará libre la temporada que viene. Es el resultado de la indolencia con la que el holandés ha dirigido al equipo en los últimos tiempos y, obviamente, de los malos resultados.
Desde diversos medios ha empezado el baile de nombres de entrenadores que podrían suplir a Frank. Las encuestas sitúan a Mourinho en cabeza, seguido por una larga lista en la que Pep Guardiola se ha hecho un lugar destacado.
Lo cierto es que no hay nadie en el mercado que despierte unanimidad entre los culés. Que 'Mou' sea el mejor colocado a la luz de las encuestas es sintomático. El portugués tiene tics que recuerdan el peor Clemente, es díscolo y arrogante, no dudó en utilizar la guerra dialéctica contra el Barça y su afición cuando dirigía al Chelsea, practicó un fútbol ruín cuando Abramovich le dio todo el dinero del mundo para fichar y, lo que podría ser peor, con su llegada dividiría todavía más a la afición entre resultadistas y defensores del fútbol de salón. Mourinho es una apuesta arriesgada.
Si Mourinho encarna el primer perfil de entrenador para el Barça, el segundo lo lidera Pep Guardiola; un técnico joven, que conozca la casa, comprometido, amante del fútbol-toque e ilusionado. El problema es que Guardiola solo tiene experiencia como entrenador en Tercera División dirigiendo jóvenes promesas. Su rendimiento al frente de un vestuario de cracks en partidos de Primera es una incógnita. Y el Barça, después de dos años en blanco, no está para muchos experimentos. Guardiola también es una apuesta arriesgada.
La tercera vía pasa por darle la alternativa a un técnico con más experiencia que nombre para que demuestre su valía al frente de un grande. En esa línea está Manuel Pellegrini. El técnico del Villarreal ya ha demostrado que el fútbol no tiene secretos para él. En cuatro años, y sin renunciar a dar espectáculo, ha convertido un equipo de segunda fila en uno de los mejores de la Liga. El chileno ha demostrado que sabe lidiar con figuras (salió airoso del enfrentamiento con Riquelme), no es polémico, tiene recursos como entrenador, carácter ganador y buen ojo para fichar. Por todo esto, Pellegrini es una apuesta (casi) segura.